Desde hace muchos años sigo a Forbes. Me interesan sus publicaciones, especialmente en lo que se refiere a la actualidad política, social y económica iberoamericana, y la verdad es que soy un gran admirador de la revista.
Por eso, desde el momento en que me propusieron escribir un artículo para Forbes Latam, pasar al otro lado de la pantalla de mi iPad, la idea me entusiasmó. El problema fue cuando me dijeron que tenía plena libertad para hablar de lo que quisiera. Ahí fue cuando eché el freno de mano y me puse a pensar. No estaba seguro de estar capacitado de ocupar un espacio de discusión.
Pero con el paso de las horas, me emocionó el desafío. El miedo se transformó en responsabilidad y esta, a su vez, en motivación. Fue entonces cuando decidí aprovechar la enorme oportunidad brindada y escribir sobre aquellas cosas que, como joven empresario, me apasionan y motivan para dejar un legado del que estar orgulloso, pero también sobre aquellas que me producen incertidumbre e inquietud como padre.
Sin duda, estamos viviendo momentos de dificultad. Apenas pasa un día sin que se hablen en las noticias sobre emergencia sanitaria, social y económica, catástrofes medioambientales, horrorosos episodios de intolerancia, odio, violencia u otros que violan los derechos humanos y las libertades fundamentales.
Al mismo tiempo, las generaciones más jóvenes están luchando consigo mismas para encontrar un lugar en un mundo que perciben como amenazante, resultando en un abandono de sus compromisos sociales y un mal uso de las nuevas tecnologías. Esto último, acentuado a consecuencia de las restricciones de movilidad y las prohibiciones de contacto actuales que limitan gravemente las relaciones interpersonales.
Esta visión general muestra los síntomas de una crisis global. Por una parte, los jóvenes acusan a las generaciones mayores de haberles entregado un mundo fracturado que ellos no pueden recomponer, mientras que, por la otra, las generaciones mayores a menudo se dirigen a los jóvenes como vagos o poco valientes para esforzarse y asumir el papel que tendrán de liderar, movilizar y transformar sus sociedades en el futuro.
Ante este escenario, cuestiones como “¿qué mundo estamos dejando a nuestros jóvenes?”, me angustian. Algunos de nosotros nos hemos dedicado a transmitir a nuestros hijos e hijas una educación en valores, siempre contemplando la parte positiva de las personas.
Sin embargo, la realidad es que estamos inmersos en una grave crisis de valores global, donde la brecha de la desigualdad y la falta de oportunidades deben de ser nuestras mayores preocupaciones, especialmente en Iberoamérica, una región con un enorme talento y potencial, donde las respuestas a las cuestiones planteadas antes de la pandemia no resuelven todas las inquietudes, necesidades e intereses que la sociedad hoy tiene.
Por ello, tengo la firme convicción de que la salida de esta crisis debe ser un desafío compartido basado en una estrategia que permita plantear la igualdad contemplando la diferencia y ofrecer nuevos y diversos modelos más inclusivos. Asegurar a las generaciones más jóvenes que es posible poner en marcha proyectos con base social, digital e inclusiva.
Así, lo que he podido constatar a lo largo de los últimos años es el enorme potencial del deporte y la tecnología como sólido muro de contención frente a las adversidades tan difíciles que hoy tenemos. No obstante, desde mi visión, el deporte y la tecnología como herramientas para el desarrollo siguen enfrentándose a numerosos retos para explotar todo su verdadero potencial.
Pero sabemos que el deporte puede unir y promover un mundo más inclusivo a través de sus valores universales y que la tecnología es, y seguirá siendo, una de las herramientas más versátiles y eficaces para que las sociedades logren su máximo nivel de progreso, respeto e igualdad.
En este orden de ideas, pienso que es necesario promover y visibilizar todas aquellas iniciativas en la intersección del deporte y la tecnología que amplían las múltiples oportunidades que un país es capaz de ofrecer. Por tanto, nos encontramos en un momento en el que los jóvenes empresarios iberoamericanos deben asumir los nuevos retos y aprovechar las nuevas oportunidades que conlleva poner en marcha proyectos transformadores e inclusivos que transmitan los valores universales.
Porque si no es ahora ¿cuándo?, si no somos los jóvenes empresarios, ¿quién?.
*El autor es directivo de FIJE.
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Centroamérica.
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